El último día de la primera etapa de Raúl en el Madrid ("No es un adiós, es un hasta pronto", aclaró para evitar dudas) nos dejó una imagen inédita en el siete. Ni las tres Champions, ni la Intercontinental de 1998, ni sus seis alirones ligueros, ni sus 44 goles con esa camiseta roja de España a la que tanto ama... Raúl lloró. Sí, por primera vez. Curiosamente, no estaba de corto. Cuando él juega no conoce a nadie. Pero ayer le tocaba otro partido más duro. El que nunca quiso jugar. El de su adiós. Apareció con un look elegante y juvenil, como es él pese a sus 33 años recién cumplidos. Camisa blanca, por supuesto.
Tras el acto del Palco con Florentino, la directiva y los veteranos, no pudo evitar bajar al césped, a 'su' césped, donde fue aclamado por los 2.000 aficionados asistentes al acto: "¡Illa, illa, illa, Raúl maravilla!".
Esos 2.000 raulistas (hubieran sido diez veces más si el club hubiese anunciado que las puertas se abrirían para decir adiós al capitán), se volcaron con su ídolo durante doce minutos intensos, en los que le dio tiempo de coger de nuevo su famoso capote taurino, abrazarse uno a uno a cada hincha que le pidió un autógrafo o dar un simple apretón de manos y lanzar besos a la grada con unas lágrimas que suponían un "siento no poder daros más, se acabó".
Su retorno hacia la Sala de Prensa fue tremendo, con Raúl angustiado, mirando al suelo para no cruzar su mirada rota con nadie, limpiando sus lágrimas con pudor, intentando aparentar que no se acababa el mundo, que este sólo era un paso más en esa carrera infinita matrimoniada con el éxito y la leyenda.
Raúl ya había dado una hora antes una lección al acudir privadamente a la Clínica Sanitas La Moraleja para visitar a su gran padre espiritual, Di Stéfano. A Don Alfredo le emocionó el detallazo y le dio esas fuerzas que le permitirán gozar del alta en las próximas horas.
Como no es amigo de la parafernalia escénica, Raúl compareció ante los medios (había muchos alemanes y chinos entre ellos) acompañado de su representante, Ginés Carvajal, su hermana Marisa, su cuñado y dos sobrinos. Su mujer, Mamen, y sus cinco hijos se quedaron en casa preparando el viaje a Alemania, que se produjo a las seis de la tarde en vuelo privado rumbo a Gelsenkirchen, la ciudad que acogerá las hazañas del 7 en los próximos veinticuatro meses. "En mis 33 años de vida estuve siempre en Madrid. Sólo salgo un mes al año para ir a Menorca. Será una experiencia".
Al acabar su sentido encuentro con los periodistas, su móvil (más secreto que el de Obama) sonó. Era el rey Juan Carlos. Le deseó mucha suerte y le recordó los buenos momentos que le ha dado en estos dieciséis años como madridista confeso que es nuestro monarca.
En las próximas horas, Raúl firmará por el Schalke. Se va un jugador ejemplo de fair play (jamás cumplió un partido de sanción ni por acumulación de tarjetas). Se va el último que quedaba del equipo de la Séptima. Hasta pronto, Raúl.
Tras el acto del Palco con Florentino, la directiva y los veteranos, no pudo evitar bajar al césped, a 'su' césped, donde fue aclamado por los 2.000 aficionados asistentes al acto: "¡Illa, illa, illa, Raúl maravilla!".
Esos 2.000 raulistas (hubieran sido diez veces más si el club hubiese anunciado que las puertas se abrirían para decir adiós al capitán), se volcaron con su ídolo durante doce minutos intensos, en los que le dio tiempo de coger de nuevo su famoso capote taurino, abrazarse uno a uno a cada hincha que le pidió un autógrafo o dar un simple apretón de manos y lanzar besos a la grada con unas lágrimas que suponían un "siento no poder daros más, se acabó".
Su retorno hacia la Sala de Prensa fue tremendo, con Raúl angustiado, mirando al suelo para no cruzar su mirada rota con nadie, limpiando sus lágrimas con pudor, intentando aparentar que no se acababa el mundo, que este sólo era un paso más en esa carrera infinita matrimoniada con el éxito y la leyenda.
Raúl ya había dado una hora antes una lección al acudir privadamente a la Clínica Sanitas La Moraleja para visitar a su gran padre espiritual, Di Stéfano. A Don Alfredo le emocionó el detallazo y le dio esas fuerzas que le permitirán gozar del alta en las próximas horas.
Como no es amigo de la parafernalia escénica, Raúl compareció ante los medios (había muchos alemanes y chinos entre ellos) acompañado de su representante, Ginés Carvajal, su hermana Marisa, su cuñado y dos sobrinos. Su mujer, Mamen, y sus cinco hijos se quedaron en casa preparando el viaje a Alemania, que se produjo a las seis de la tarde en vuelo privado rumbo a Gelsenkirchen, la ciudad que acogerá las hazañas del 7 en los próximos veinticuatro meses. "En mis 33 años de vida estuve siempre en Madrid. Sólo salgo un mes al año para ir a Menorca. Será una experiencia".
Al acabar su sentido encuentro con los periodistas, su móvil (más secreto que el de Obama) sonó. Era el rey Juan Carlos. Le deseó mucha suerte y le recordó los buenos momentos que le ha dado en estos dieciséis años como madridista confeso que es nuestro monarca.
En las próximas horas, Raúl firmará por el Schalke. Se va un jugador ejemplo de fair play (jamás cumplió un partido de sanción ni por acumulación de tarjetas). Se va el último que quedaba del equipo de la Séptima. Hasta pronto, Raúl.
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