lunes, 26 de julio de 2010

Los cuatro problemas que deberá enfrentar Markarián con la selección


Aunque su apodo sugiere que hace imposibles, Sergio Markarián no es un mago. Es un señor uruguayo de 65 años que se enfrenta al reto profesional más duro de su carrera: clasificar a Perú a un Mundial tras casi tres décadas. Eso sí, para lograr su propósito, antes que alinear bien a 11 hombres o ganarle a nueve equipos, Markarián deberá sobrellevar cuatro factores que ya jaquearon otros procesos.

UNO. Una indisciplina por ciclo
En el proceso 98 se dio el Caso Miramar (cinco jugadores bebiendo a deshoras); en el 2002, el Caso Charanga Habanera (orquestas de salsa en la concentración); en el 2006, el Caso Ajá (denunciaron que Rebosio y Solano, borrachos, se escaparon de la Videna); y, en el 2010, el Caso Golf Los Incas. Amigazo de la juerga, el futbolista peruano promedio se confunde seguido con el “pelotero” y utiliza la concentración como lugar de relajo excesivo. Frente a cada eventual indisciplina —hoy fácilmente detectable por los implacables “chacales”—, el técnico debe decidir si perdona como Oblitas o castiga a lo Chemo.

DOS. Un alto grado de conflictividad
La relación hinchada-selección no es un matrimonio feliz, sino un noviazgo claramente interesado, cuya mayor o menor fidelidad depende del resultado del domingo. En el 96, Chemo renunció, cansado de sentirse culpable de casi todo; en el 2005, Pizarro reaccionó a los insultos llamando gallinas a los hinchas de la “U”; y, en el 2009, Paolo dejó de ser héroe nacional al escupirle a un hincha en el propio Ate. Más que una simple estadística, los 28 años sin ir a mundiales son ya una mochila muy pesada de llevar para el jugador peruano. Ante el ataque ya no hay reflexión; hay más ataque.

TRES. Una feroz presión mediática
El mercado peruano, desde prensa, radio, TV y web, colabora quizá en exceso con la sobrevaloración de sus futbolistas. Un partido de seis puntos de Farfán en Alemania es vendido con tapas tipo “Europa a sus pies”, o un correcto juego de Paolo en Hamburgo es levantado con titulares como “50 millones por Guerrero”. Eso, sin detenernos en todos los clubes a los que vendimos a Vargas, para terminar viéndolo en la Fiorentina. El mensaje no es “tenemos algunos buenos jugadores”, sino “tenemos cracks que la rompen siempre”. El hincha consume el discurso y luego patalea cuando los “fenómenos” no rinden igual con la selección. Claro, a más expectativa más frustración.

CUATRO. Una clase política entrometida
La FPF no siempre ha blindado el trabajo de su técnico. Ver a Juvenal matando a Chemo o a Mallqui triturando a Uribe no son escenas de un proceso fortificado. Es más, parte de esa desprotección al DT ha permitido más de una vez que congresistas aprovechen una coyuntura de derrota para golpear la figura del entrenador. ¿Ejemplos? Willy Serrato cuestionó cuánto ganaba Popovic y Víctor Noriega llevó hasta el hemiciclo a Autuori como si fuera un ladrón. El técnico no viene a robar: viene a trabajar. Una figura directriz con crédito que dé la cara urge tanto como respaldar al nuevo entrenador.

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